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Amengual, novela de taller, un viaje indescriptible

Por Óscar Aleuy / 31 de mayo de 2025 | 23:32
DANTE ALIGHIERI invita a leer hoy, de acuerdo a la trama de lo tratado aquí. ORVIETTO en Italia, el otro ambiente, lejos del mundo. (Fotos Redes)
Cuando me encontraba revisando los originales de mi cuarta novela, Amengual, ocurrieron descubrimientos maravillosos que comparto hoy.

Amengual es un paraje de bosques salvajes ubicado en la comuna de Lago Verde, cerca de Lago Las Torres en plena carretera austral en Aysén. La novela transfiere detalles muy poco citados, que dicen relación con la existencia de un lago cercano, cuyas áreas y esbeltos paisajes, guardan un encanto especial que sobrecoge. En dicho emplazamiento se producen ciertos hechos que veremos hoy. Junto con el lago, hay que efectuar un contrapunto con un pequeño cerro ubicado en la Isla Santo Domingo de la comuna de Cisnes y conocer ciertos sucesos emocionantes que ocurren ahí y que se contraponen con lo que sucede en el lago.

El protagonista del relato es Carlo Sumonte, al cual en 1963 lo meten por la fuerza a una covacha llena de moscas, para interrogarlo sobre los sucesos de la Isla Calvario en Santo Domingo. Esos sucesos constituyen el sentido profundo de la novela.

El tiempo del narrador dirige la atención hacia un pueblo en Italia llamado Santa María de Orvieto, donde Sumonte trabaja junto a labradores que recuperan secanos ayudándose de bueyes sobre las melgas. 

Los amarantos de su madre se iluminan con los vendavales, mientras remienda escarpines de género y arma viraduras y fondillos bisbiseando oraciones con un rosario en el bolsillo del delantal. Al fondo de la casa, en una torre del patio, la campana cuelga de un yugo de metal dejando oír penetrantes tañidos. El padre de Sumonte es el campanero de la iglesia del pueblo.

AMENGUAL, una villa de hermosura inigualable que da nombre a esta crónica. (Foto Redes)

Los preparativos para el viaje a Aysén

Diez años más tarde, cuando Carlo ha cumplido catorce, su madre muere en un accidente hogareño y como su padre ya no está con él, queda solo en la casona natal y busca apoyo entre amigos que lo llevan a trabajar en las melgas y sembradíos.

Años más tarde estudia Arqueología en Provenza, gracias a unos parientes y regresa al pueblo sintiéndolo distante. Postula a una pasantía en Roma con su amigo Audénico Morán, aprobando un magíster y un doctorado.

Con él viajará a las remotas regiones patagónicas, y es ahí donde ambos se relacionan con la trama de la historia.

El narrador no puede evitar describir los sucesos que los rodean cuando pasan la última noche en Orvieto: Embriagados y ahítos de destellos nocturnos, la música los envolvió y bailaron con cubiletes de licor de alcayota y una sonrisa de galanteos. El alcalde, familiarizado con las tradiciones de la villa, reverberó un ambiente de farolillos y lametas en torno a la familia pueblerina, donde se congregaron los paisanos a zapatear tarantelas con soberbios aires medievales. 

El orante del pozo

Aquí aparece una visión importante de la obra La Odisea, donde se mantiene viva la presencia de un orante santo irlandés de los tiempos de Virgilio, que rezó solo por muchas décadas, frente a un pozo de cincuenta metros a orillas de un abismo. El lugar conserva el privilegio de atraer a miles de turistas a la roca del pozo que está perforada por pasadizos y cavernas encumbradas sobre un portentoso parapeto en la piedra de la empalizada. 

Por la tarde, van a conocer un piso amoblado en la vía Fabricio D’scala. La casona natal se pondrá a la venta en pocos días y les agrada pasar un tiempo con la familia Consiglieri y su extravagancia de tucanes y árboles enanos. Cuando van a conocer el piso, les dicen que hay que instalar una cocina nueva, pintar los muros carcomidos y subir un viejo refrigerador arrumbado en el zaguán. 

La interrelación del pozo de Orvieto con Aysén

La fuerza de la narración deja un tono de perplejidad entre los lectores, por las ocultas relaciones que se muestran entre el pozo de San Patricio y el pozo del Calvario en Aysén.

En la biblioteca en penumbras de la plaza circular, una señora de lentes, pálida como un papiro, les entrega cuatro libros con talante de antigüedad, donde laten párrafos del Vita Caesarum de Suetonio, con las biografías de los doce primeros emperadores romanos y sus viajes de reconocimientos oceanográficos. Investigan en otros anaqueles, y descubren en un libro gigante de maperías un cuadro grisáceo en el centro de unas islas que arroja casi en zoom, el nombre musical del Islote Santo Domingo en medio del archipiélago de los Chonos, al otro lado del mundo. 

La bibliotecaria regresa con los últimos volúmenes, depositándolos al lado de la lamparilla de la mesa. Antes del horario de cierre, imploran unos quince minutos supletorios, para bisbisear en silencio ese primer hilo conductor de la página 51, que habla de una isla, una cruz y un gigantesco frontón de roca sedimentaria. La coincidencia no termina ahí. Dos párrafos más y se encuentran dentro de la gruta, con imágenes arcanas en medio de las pobladías.

¿No son parecidos ambos escenarios? Eso constituye el motivo más determinante para viajar a las remotas abras de los mares patagones. Y, sobre todo, esa sensación de que las distancias infinitas de un planeta pueden perfectamente estar más cerca de lo que se cree.

LAGO LAS TORRES y CERRO CALVARIO en Aysén, dos ambientes que constituyen los espacios novelescos de la trama (Fotos Redes)

Sin desayunar ni cambiarse de ropa, alcanzan la biblioteca, enfrascándose en las lecturas de Simpson, Moraleda, Max Yunge y el padre García. Finalmente, convienen que el viaje, más allá de los créditos que obtendrían, busca iluminar la historia del orante de su pueblo natal y encontrar en los océanos australes su homóloga contraparte. Permanecen en estado de vigilia, pensando en la analogía entre la cueva del orante, y la cruz. Los gana la fiebre y la tropelía de sus nigromancias en busca de una explicación lógica sobre el pozo, en cuyas profundidades se abría la revelación del segundo viaje del Dante, el purgatorio. El orante en el pozo representa la historia misma de Orvieto. 

Un sábado por la noche, ocurre lo que han estado esperando. Morán, con una expresión de júbilo y extravío entra corriendo como loco, y exclama:

 —¡Comenzó la fiesta, querido Carlo. ¡Aprobaron el proyecto de la Patagonia!

El viaje será entonces el motivo central de esta novela que me costó sus buenos trece meses terminar. 

La novela Amengual

El libro está entre mis favoritos y de vez en cuando lo hojeo con complacencia y declarado orgullo. Claro, no resulta fácil acomodar en la misma casa a Virgilio, Dante, un rezador frente a un pozo sagrado y hacerlos parecer cercanos cuando las situaciones se trasladan hasta Aysén, a una isla desconocida y misteriosa de la comuna de Cisnes. Pude conocer el cerro Calvario, que se yergue cerca de la isla Pulga en Santo Domingo hace cosa de seis años atrás. Resulta impresionante comprobar, estando ahí, de qué manera parece acompañarnos desde el pozo del orante en el mismo pueblo italiano donde ocurriera esto en tiempos inmemoriales.

La novela se llama Amengual y respira hermanada junto a mis otras tres: Los manuscritos de Bikfaya, Las huellas que nos alcanzan y Peter, cuando el rock vino a quedarse.

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Oscar Aleuy, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas  y memoriales de las vecindades de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en un difícil trabajo. Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y 4 tomos de crónicas de la nostalgia, niñez y juventud. A ello se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. Una colección de 15 revistas de 84 páginas puestas  en edición de libro y esta sección de La Última Esquina. Vive en Viña del Mar y avanza sus próximas dos novelas “Nibaldo Schwartzman, el último viajero” y “Mi vida sin Fabiola”.
 

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