Cuando María era pequeña en su pueblo de Vilcún natal, siempre iba a ver a las guaguas recién nacidas en el hospital que quedaba muy cerca de su casa familiar.
Allí veía a los bebés y de paso les llevaba un chupete, alguna pieza de ropa o lo que le alcanzara con sus recursos. A veces sus padres de buen corazón le daban dinero y en otras, pedía fiado en el almacén del pueblo.
La pequeña María se conmovía con los pequeños seres recién llegados al mundo, pero más le preocupaba la pobreza de muchas de las mujeres que iban a dar a luz al recinto de salud.
Cuando en su colegio se enteró que la Cruz Roja estaba buscando voluntarios para formar una agrupación de voluntarios, se preguntó ¿Cruz Roja? ¿Qué es eso?
Una vez que se enteró que se trataba de una organización humanitaria internacional, parte del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, que se dedica a prevenir y aliviar el sufrimiento humano en todas las circunstancias, no lo dudó y se sumó.
Así se integró a ese escaso, pero valioso grupo de personas que protege la vida y la dignidad de las personas, especialmente en situaciones de emergencias.
“Ese fue mi comienzo. Me gustó lo que hacían las y los voluntarios... No paré más porque una vez que uno hace el juramento de la Cruz Roja, este es para toda la vida”, cuenta hoy María Enriqueta Escribano De la Fuente, a sus 81 años, en su cálida casa ubicada en calle Bueras, muy cerca del supermercado Líder de Valdivia.
Han pasado los años, reconoce, algunas afecciones de salud la golpearon fuerte, al punto de pasar semanas en la UCI, pero sigue adelante y esta tarde cuando recibe a Diario de Valdivia luce impecable su inmaculado uniforme de la Cruz Roja.
Este jueves 8 de mayo, la organización internacional conmemora un aniversario más coincidiendo con el nacimiento de Henry Dunant, fundador de la Cruz Roja y primer Premio Nobel de la Paz.
Hoy más que nunca en un convulsionado mundo, cobran relevancia sus siete principios fundamentales: Humanidad, Imparcialidad, Neutralidad, Independencia, Voluntariado, Unidad y Universalidad.
Y María Escribano se encarga de mantenerlos todos los días de su vida.
Ser parte de la Cruz Roja es ser voluntario de verdad, como esos que existen en pocas organizaciones en este siglo XXI. No reciben remuneración, los recursos con que cuentan son escasos, deben hacer mucha gestión y en más de una ocasión, meterse la mano al bolsillo.
Allá por los años 60, María dejó la ciudad de Talca para trasladarse con su marido a Valdivia. “Imagínate en esos años, venirse a esta ciudad donde llovía mucho más que ahora. Y como era obvio, me presenté ante la Cruz Roja local a la cual me sumé con entusiasmo y energía. Era joven y tenía ganas de hacer cosas por los demás, tal como lo hacían las demás integrantes de la organización”, cuenta.
Por esa época las señoras de los más reconocidos médicos de la ciudad se sumaban a la Cruz Roja, del mismo modo que las esposas de integrantes de las Fuerzas Armadas.
“Recuerdo que en algún momento éramos 60 personas las que participábamos. Así nos organizamos para crear nuestra Regional, porque por años dependíamos administrativamente de Puerto Montt. Lo hicimos con mucho esfuerzo y salimos adelante con nuestras iniciativas”, relata.
Una de esas instancias que les demandó más empeño fue la construcción de sus dependencias en un moderno recinto que funciona hasta el día de hoy en calle Arauco número 81 de la capital regional.
Consultada sobre cómo reunieron los recursos comenta que hicieron gestiones por todos lados. “Desde el nivel central nos aportaron con un terreno que tenían en Paillaco. Eso se vendió, pero no nos alcanzaba. Así es que hicimos de todo, tocamos muchas puertas y logramos levantar el recinto que es motivo de orgullo para todas, aunque de las antiguas quedamos poquitas y cada vez tenemos menos gente”.
En su labor como integrante de la Cruz Roja, María Escribano, se dedicó a mantener la relación con los establecimientos educacionales de la ciudad. “Formábamos los grupos de Cruz Roja que por esos años era obligatorio en los colegios. Hoy hay que preguntar si quieren. Así formamos a generaciones de voluntarios y de profesores monitores que abrazaron esta causa”.
Su ir y venir por los colegios valdivianos la hicieron muy conocida en la ciudad y al estar en permanente capacitación para dara conocer y hacer cumplir los estatutos, decretos, malla curricular y programas de la Cruz Roja, se fue identificando y se convirtió en un ejemplo para todas las voluntarias y voluntarios de la institución.
“Esto es mi vida, imagínate son 55 años los que he entregado a la Cruz Roja en Valdivia. Uno no puede cambiar”, comenta con entusiasmo y su rostro parece que se ilumina con cada uno de los recuerdos.
Se le vienen así a la mente los nombres que la marcaron en estos años de voluntariado: Elba Currieco, Ema de Prieto, Ariela Muñoz, Rolando Alacid, Marco Navarrete, Hernán Fernández, Nelly Donke, Norita Gatica, por nombrar sólo algunos.
“Uff, mi mente ya no es la de antes, como para nombrarlos a todos. Ah, no puedo olvidar a la señora Inés Phillip de Pineda. Ella me marcó mucho por su forma de ser como voluntaria y la manera en que enseñaba. A mí me controlaba mucho, pero de eso aprendí todo lo que pude y me ha servido toda mi vida”, añade.
Esta voluntaria destacada de la organización, recuerda el Valdivia antiguo donde las carencias, la pobreza y las falencias podían encontrarse a la vuelta de la esquina. Al igual que en las zonas rurales.
“Fuimos a muchos operativos que organizábamos con el Ejército. Íbamos a comunas donde montábamos un campamento y se hacían atenciones médicas, de matronas, dentistas, practicantes, asistencia social, peluquería y farmacias. Aún me acuerdo que nos trasladábamos en los mismos camiones de los militares, llegábamos cansadas, pero felices de lo entregado”.
-¿Qué fue lo que más la ha impresionado en sus años de voluntaria?
“Diría que la pobreza que había antes. Uno se encontraba con personas que no tenían nada de nada. Con mucho dolor, no como ese dolor de muelas, sino ese dolor de sufrimiento y no tener nada para hacerle frente”.
-Se entiende que al ser voluntario, el servicio en Cruz Roja no tiene paga, pero ¿cómo le ha pagado a usted esta institución?
“A mí me pagó la gente. Cuando te dan las gracias, cuando se ríen al recibir algo, pero no esa risa burlona, sino una risa de ser tomado en cuenta”.
María Escribano participó a lo largo de su voluntariado en muchos operativos, desfiles de aniversario donde al ser la más alta era la encargada de llevar orgullosa el estandarte. Fue a miles de reuniones de coordinación, de trabajo.
Esa experiencia es valorada hoy donde, si bien no puede estar tan activa como antes, es considerada como consejera permanente. De hecho, al momento de esta entrevista recibe llamados de filiales donde le hacen diversas consultas. Ella las responde de buena gana y de vez en cuando revive ese entusiasmo por ponerse al servicio de nuevo.
La edad y algunas enfermedades le dicen que no.
-¿Qué mensaje le dejaría a las nuevas generaciones donde no hay mucho entusiasmo por este tipo de voluntariado?
“Que lo conozcan. Los y las jóvenes no saben lo que se pierden. Cuando la gente se queda cómodamente en la casa no viven estas experiencias. Yo hasta el día de hoy digo ¡qué ganas de ir a la Cruz Roja!"
"Es que tengo que ir, no me puedo quedar en casa. Cuando la gente dice que conoce el pueblo, yo les digo esta es una verdadera forma de conocer al pueblo”.
Grupo DiarioSur, una plataforma de Global Channel SPA.
Powered by Global Channel
217274