Valdivia sabe lo que es surgir, caer estrepitosamente y levantarse otra vez. Terremotos, tsunamis, incendios y tempestades la han arreciado, pero tal vez ninguna de esas tragedias la pueda superar en el horror y miedo de muerte que sintieron sus habitantes la noche del 24 de noviembre de 1599. Una ciudad en llamas, sus edificios destruidos, muertos en las calles, niños llorando desolados, mujeres capturadas y posteriormente esclavizadas, iglesias saqueadas y quemadas y un número no menor de españoles huyendo hacia naos para escapar de ese horror de muerte.
Los supervivientes vieron desde los barcos cómo su ciudad ardía por todos los costados como la homérica Troya tomada por los aqueos. Era el castigo para los españoles que habían llegado 47 años atrás a Ainil y que, en su ambición de encontrar oro y explotarlo, esclavizaron al pacífico pueblo huilliche.
Humillados hasta el límite, sometidos en su propia tierra y cansados del menosprecio de los conquistadores, los huilliches se tomaron revancha en alianza con los mapuches de más al norte, una venganza terrible impulsada por su sed de libertad y respeto a sus tradiciones.
La destrucción de Santa María la Blanca de Valdivia fue sólo un episodio más del alzamiento de los toquis Pelantaru y Ancanamón del valle de Purén, luego que ambos se revelaran contra los españoles, mataran al Gobernador de Chile Martín Oñez de Loyola en la Batalla de Curalaba y a partir de ese hecho quemaran siete ciudades del sur de Chile: Santa Cruz de Coya, San Andrés de los Infantes y Valdivia en 1599, La Imperial en 1600, Santa María Magdalena de Villa Rica en 1602, San Mateo de Osorno en 1603 y San Felipe de Arauco en 1604.
LA METRÓPOLI DEL SUR DEL MUNDO
Santa María la Blanca de Valdivia se fundó sobre el alihuén o poblado de Ainil y pronto los españoles comenzaron a armar su vida ahí y a explotar los lavaderos de oro que llamaron Madre de Dios. El oro impulsaba los corazones de la mayoría de los conquistadores, así como de la pujante monarquía hispánica que se alzaba como el reino más poderoso del mundo, gracias al descubrimiento y conquista de América. La esclavitud de los huilliches en los lavaderos de oro fue un hecho -tal como lo admitió el toqui Manqueante a los holandeses en 1643- pese a que estaba prohibida su práctica por la corona.
En efecto, la Corona Española prohibió la esclavitud de indios, pues el rey los consideraba sus súbditos y era impropio hacerlos esclavos, por lo mismo se crearon las encomiendas de indios donde los colonos recibían un numero de indios para cristianizarlos y tenerlos de empleados, pero eso dio pie a situaciones de esclavitud horrendas y atropellos como cercenar partes del cuerpo a indios encomendados rebeldes. El rey de España estaba lejos para fiscalizar a los encomenderos de América, todos hacían la vista gorda, salvo algunos pocos religiosos que rara vez eran escuchados.
Las crónicas contemporáneas del siglo XVI destacan el grado de desarrollo de Valdivia y su importancia estratégica. Muchos barcos del Virreinato del Perú llegaban al puerto de Valdivia con todo tipo de mercancías y productos, lo que daba un ajetreo muy marcado junto al río Ainilebu con los ires y venires de las naos. El cronista Mariño de Lobera no dudó en escribir en sus obras que Valdivia “era la segunda ciudad en importancia” del Reino de Chile en el siglo XVI. Ni siquiera el terremoto y maremoto de 1575 frenó el desarrollo.
Para 1590, Valdivia era una ciudad amurallada y tenía varios edificios y casas reales y una población de 650 personas, según Mariño de Lobera.
EL ATAQUE
Tras el desastre de Curalaba, las ciudades españolas quedaron casi a merced de las tropas mapuches y huilliches que se aliaron contra el invasor.
Si Valdivia estaba amurallada ¿por qué la saquearon los indios? En 1599 el corregidor de la plaza de Valdivia era Alonso de Zurita y Aguilera y el maestre de campo general era el capitán Gómez de Romero que tuvo desencuentros con el capitán Andrés Pérez, quien veía que el maestre constantemente dejaba a Valdivia con poca protección ante la eventualidad de un ataque huilliche. Cuando Gómez de Romero emprendió una expedición contra los huilliches, Pérez aprovechó para fortificar la ciudad, pero cuando el maestre regresó lo desautorizó y dejó sin resguardo la plaza. Un grave error.
Por el lado de Pelantaru, había dos renegados -Juan Sánchez y Jerónimo Bello- que aportaban información de la situación dentro de la ciudad. Así estaba Valdivia la noche del 24 de noviembre cuando Pelantaru y 5.000 indios avanzaron por el borderío, algunos nadando con sus armas y llevando sus caballos, comprobaron que el fuerte casi no tenía defensores y cayeron sobre la ciudad.
Aquella noche las aguas del Ainilebu se iluminaron con el fuego como si fuera una enorme y vengativa serpiente dorada. El cronista del siglo XVIII Vicente Carvallo y Goyeneche cuenta en sus palabras lo que fue la trágica noche de la masacre en su libro “Descripción histórico geográfica del Reino de Chile”:
“La noche del día emplazado, (noviembre 24 de 1599), se arrimaron a la ciudad cinco mil indios de infantería i caballería, i tomadas sus avenidas, sus calles i puertas de las casas, se apoderaron de la guardia de la plaza, i de sus baluartes i artillería. Tocaron a fuego en todas las iglesias, para que saliesen los españoles al sonido de las campanas, i cayesen en manos de las partidas, que les aguardaban en las puertas de sus casas; i les salió tan bien esta máxima, que antes de dos horas eran dueños de la ciudad, que anocheció brillante i amaneció desolada.
Entrado el día, la saquearon, i entregaron al fuego sus edificios. Comenzaron por los templos esta sacrílega maldad, i apostatas de la religión, ultrajaron las sagradas imágenes, i profanaron el santuario, i sus sagrados vasos. Ascendió esta pérdida a más de tres millones de pesos. Quitaron la vida a cerca de cuatrocientos hombres; cautivaron cuatrocientas mujeres españolas, cuarenta i dos niños, i pocos varones, que libertó la fidelidad de algunos criados”.
SACRIFICADOS
El maestre Gómez de Romero y Alonso Pérez de Valenzuela y Buiza fueron asesinados, mientras que el capitán Andrés Pérez fue hecho prisionero. Se estima que hubo 450 personas asesinadas entre hombres, mujeres y niños, incluidos religiosos y monjas.
El narrador Tirso de Molina se refiere a la destrucción en el barrio La Merced (actual calle Carlos Anwandter) donde relata que el padre fray Luis de la Peña se levantó semidesnudo y avisó a los religiosos mercedarios, después bajó a la capilla y consumió todas las hostias consagradas en la eucaristía para evitar su profanación. Al rato entró un tropel de huilliches que lo mató a lanzadas y prendieron fuego a la iglesia. Lo mismo ocurrió en el convento de San Agustín donde fue asesinado fray Pedro Pezoa.
Hubo algunos indios fieles a los españoles que quisieron advertir del ataque, en especial a los religiosos. Según obras del padre Gabriel Guarda, un indio bautizado como Cristóbal, avecindado en el poblado de Calle Calle advirtió a una dotación española de siete hombres del avance de Pelantaru y sus hombres sobre la ciudad. Para comprobar la noticia se envió a Valdivia en canoa al capitán Juan Ramírez Portocarrero, pero sólo vio ante sus ojos a la ciudad totalmente destruida.
Otras historias analizaremos en la segunda parte con todo lo que vivieron los prisioneros de los huilliches y, sobre todo, la mítica leyenda de la campana de oro que fue arrojada por los hombres de Pelantaru al río y que, según comenta el folclorólogo Oreste Plath, en noches de tempestad se escucha su misterioso tañir bajo las aguas del río Valdivia.
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