Totalmente quemada y con sus habitantes en fuga, muertos o capturados la ciudad de Santa María la Blanca de Valdivia fue víctima de la venganza de los huilliches ese 24 de noviembre de 1599. Este pueblo se alió con los mapuches que dirigidos por Pelantaru y Anganamón se enfrentaron a los temibles Tercios de Arauco y los vencieron en la Batalla de Curalaba, asesinando ahí al gobernador del Reino de Chile Martín Oñez de Loyola en diciembre de 1598 y desde entonces las tropas indígenas iniciaron una campaña de destrucción de todo lo que sea español. Entre 1599 y hasta 1604 destruyeron siete ciudades del sur del país.
Pero Valdivia era la más resplandeciente y considerada “la segunda más importante del reino”, según las crónicas de Pedro Mariño de Lobera. Tras el festín de sangre que se dieron las tropas de Pelantaru hubo muchos valdivianos que se salvaron de distintas maneras y se cree que algunos se ocultaron por años dentro de las ruinas de la ciudad, de acuerdo al testimonio que dio Melchor Calderón en 1600 en Santiago y que es citado en el libro “Nueva Historia de Valdivia” del padre Gabriel Guarda.
En la misma obra, Guarda relata que la primera tabla de salvación de esos valdivianos del siglo XVI fueron los barcos. Fueron cinco las naos que fueron ocupadas por los supervivientes y al mes siguiente del desastre llegaron otras nueve para recoger a los que se habían ocultado y vivían de lo que podían o de lo que le daban indios que se apiadaron de ellos y los ocultaban de la venganza de Pelantaru.
RESCATES Y CANJES
Los huilliches se llevaron cautivos a muchos hombres, mujeres y niños y sucedió que hubo varios intentos de rescate de esos valdivianos. Según “Nueva historia de Valdivia” del padre Gabriel Guarda, uno de los episodios más emotivos de rescate fue el del religioso mercedario Juan de Tovar que llegó con una nao un mes después de la destrucción de Valdivia con la idea de cambiar cautivos por mercaderías. Guarda cita al cronista Tirso de Molina al manifestar que la expedición llevaba cantidades de ropa, mantas de algodón e instrumentos de hierro para la agricultura, pero en un momento la mercadería se acabó y eran demasiados los cautivos. Ante eso, los rescatadores decidieron cambiar su propia ropa para subir a más valdivianos a las naves. Los tratos se hicieron en las ruinas de Valdivia y en el valle de Mariquina y se canjearon a 30 mujeres y 14 niños.
En abril de 1600 el gobernador Francisco de Quiñones logró sacar a 20 españolas y una mulata con sus hijos yanaconas. Junto al río Tabón rescataron a 14 españoles y tres niñas.
Pero hubo muchos niños españoles y españolas que se quedaron con los huilliches e incluso se supo de casos de varios que hasta habían olvidado por completo su idioma materno y vivían según la costumbre indígena.
ODISEAS
En la primera parte nos referimos al capitán Andrés Pérez, el único que preveía un ataque e intentó reforzar el fuerte de Valdivia en ausencia del maestre de campo Gómez de Romero, pero éste al volver lo desautorizó.
Según “Nueva Historia de Valdivia” que se basa en las crónicas del padre Diego de Rosales, Pérez fue hecho prisionero y estuvo a punto de morir degollado, pero una vieja india bautizada como María lo ayudó a esconderse en un hoyo. La mujer cubrió con hierbas el lugar y se sentó cerca. Los hombres de Pelantaru lo buscaron para sacrificarlo, pero no lo hallaron. Después el capitán escapó.
Otro caso fue el de fray Diego de Ocaña que viajaba de Osorno a Valdivia con cinco compañeros, pero se toparon con gente que huía de la ciudad y acosados por indios. Los religiosos tuvieron que retroceder su camino y se fueron topando con más valdivianos que huían. Debieron pasar la noche a la intemperie, comiendo sólo harina tostada, hasta que pasaron la cordillera hacia Argentina.
Muchos valdivianos de nacimiento dejaron para siempre Chile e hicieron vida en Perú o en España, ese fue el caso de Francisco de Godoy que llegó a ser Obispo de Huamanga y Trujillo en Perú; Francisco de Herrera y Sotomayor disfrutó de una beca otorgada por el Virrey marqués de Montesclaros, las hermanas Sarmiento de Villacorta que fueron a dar al Cuzco y se casaron con ricos caballeros españoles y doña Isabel de Rosa que se casó con un sobrino del virrey Velasco.
También se conoce el caso de valdivianos que vivieron entre los indios tal como Pedro Méndez de Sotomayor y Ana Vázquez de Almonacid que fueron cautivos siendo bebés y ya crecidos se casaron entre los indios. También está el caso de Francisco de Almendras que trabajó como herrero entre los indios los 40 años que duró su cautiverio.
Tras la destrucción de Valdivia, en 1643 se asentó en sus ruinas un destacamento de holandeses al mando de Elías Herckmans, pero sólo se quedaron tres meses. En 1645 llegó la expedición de don Antonio Sebastián de Toledo marqués de Mancera e hijo del Virrey del Perú don Pedro de Toledo y Leiva que repobló Valdivia en el mismo sitio donde estaban sus ruinas. Así la ciudad volvió a renacer.
LA CAMPANA DE ORO
Tras la destrucción surgió una antigua leyenda relacionada con los hechos del 24 de noviembre de 1599, la leyenda de la campana de oro sumergida en las aguas del río Valdivia.
Según el folclorólogo Oreste Plath una iglesia ostentaba una campana de oro que fue derribada por las tropas de Pelantaru y arrastrada hasta el río Ainilebu (Valdivia) para ser arrojada a sus aguas. Desde entonces esta campana estaría entre los ríos Valdivia y Cau Cau y en las noches de tormenta se escucharía su tañir desde lo profundo de las aguas y que algunas personas aseguran escuchar sobre todo en la tranquilidad de la noche.
Si nos remitimos a lo netamente histórico, no hay crónicas de la época que hablen de una campana de oro y si hubiese existido de seguro habría sido algo notable de admirar por los valdivianos del siglo XVI y de toda la colonia española en Chile y América.
Se sabe que existían los lavaderos de oro de Madre de Dios y que los huilliches fueron esclavizados para sacar el precioso metal, pero estos lavaderos no tenían tanto oro como se dice y es poco probable que los españoles hayan querido utilizar el metal para una campana.
Había muchas iglesias en la época del ataque de Pelantaru, pero la más cercana al lugar donde estaría la campana seria la Iglesia de La Merced, lugar donde fue martirizado fray Luis de la Peña. No obstante, no se menciona en ningún registro la famosa campana.
En años posteriores al siglo XVI y XVII nunca se encontró una campana sumergida en el río por lo que aumentó aún más la leyenda. El mismo Oreste Plath dice que “demonios araucanos la protegen para que nadie la encuentre y la vuelva a sacar de su prisión en el río”.
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