Un romance prohibido en el Osorno de 1821 fue el punto inicial de una trama fatal que empezó a tejerse con el desprecio, carencias, traición y asesinato, esos fueron los entretelones de lo que se conoció como el Motín de Osorno. La historia es relatada en la obra “La Guerra a Muerte” de 1868 que escribió Benjamín Vicuña Mackenna y posteriormente valorada por la pluma del periodista osornino Fernando Cañas Letelier en el diario “El Damas” el 2 de julio de 1892.
La ciudad del Rahue había renacido entre 1793 y 1796 cuando la corona española se propuso recuperar las antiguas ruinas de Osorno, destruida en 1602 durante la Guerra de Arauco, y se levanta el Fuerte Reina Luisa con dotación del Batallón Valdivia, permitiendo el asentamiento definitivo junto al río Rahue.
Durante la Guerra de la Independencia, en febrero de 1820, el ejército patriota se toma las fortificaciones de Corral y Valdivia al mando de Lord Thomas Cochrane y el mayor francés Jorge Beauchef. Posteriormente, Beauchef con un grupo de soldados persiguió a las tropas realistas valdivianas que huyeron de la ciudad de los ríos hasta trabar con ellos el combate de El Toro, cerca de la actual comuna de Tegualda.
Aún existían tropas realistas aliadas con montoneros e indios, por lo que la situación del ejército patriota en el sur era difícil y costaba apertrecharse bien. Fueron los días de la llamada Guerra a Muerte entre el ejército de Chile y grupos prorrealistas que comandaba el montonero Vicente Benavides. En ese contexto se destinó a Osorno a una tropa de soldados a cargo de Jorge Beauchef, pero en mayo de 1821 se aleja del mando al francés y se lo entrega al mayor José María Vicenti, un oficial poco querido por sus soldados.
AMOR PROHIBIDO
Entre los integrantes de la tropa había un sargento 1° llamado Juan de la Cruz García, natural de Concepción que, presumiblemente, estuvo en las acciones de Corral y Valdivia en 1820, pues la mayoría del ejército que guió Cochrane servía anteriormente en Concepción y Talcahuano al mando de Ramón Freire.
García quedó prendado de la señorita Nieves Montalva, una guapa dama de la sociedad osornina, hija de don Santiago Montalva, un respetado vecino de la ciudad. El sargento la pretendió y, al parecer, era correspondido por la dama, sin embargo el padre no concedió en dar la mano de su hija a un simple sargento de tropa.
Por otra parte, la situación de carestía se hizo sentir en el batallón que estaba dividido en cuatro compañías, de las cuales dos estaban en el cuartel de la Plaza de Armas, una en el lugar llamado La Trinchera, y otra en el Fuerte Reina Luisa, denominado por los patriotas como “Mackenna”.
Ya desde mediados de 1821 la tropa comenzó a pasar hambre y a quejarse por su paga ante lo cual la oficialidad castigaba con severidad a la soldadesca insolente, incluidos a los propios sargentos, según confesaría el propio Juan de la Cruz García posteriormente en un bando militar. El castigo de aquellos años era golpear al insurrecto con bastonazos hasta que no quede en pie.
La hambruna, los castigos y el despecho del padre de su amor hizo que García planeara un motín contra la oficialidad.
NOCHE DE SANGRE
El drama estalló entre la noche y madrugada del 14 y 15 de noviembre de 1821. A continuación nos basaremos en los relatos de Vicuña Mackenna y del periodista Cañas Letelier para contar los hechos.
En Osorno estaba residiendo el gobernador de Valdivia, teniente coronel Cayetano Letelier, y en la noche del día 14 la oficialidad del batallón asistía a una tertulia en casa de don José María Casas, al tiempo que los suboficiales tenían una improvisada reunión en el fuerte.
En esa reunión los suboficiales complotaban, se habían cansado de penurias y abusos. Juan de la Cruz García reunió a los sargentos Andrés Silva y Miguel Bustamante, al cabo José Galaz y los soldados Espinoza, Crespo, Rubio, Pulgar, Sobarzo, Poblete, Parra, Roa, Simanis, Machuca, Toledo, Baeza, Cabrera, Barbosa y Santana. Todos ellos resolvieron sublevarse.
Al parecer alguien intentó prevenir al gobernador Cayetano Letelier de que había aires de motín, pero el oficial no hizo caso al rumor.
En la madrugada del día 15 de noviembre el capitán Manuel Valdovinos, que se encontraba de guardia en el cuartel del fuerte, fue arrancado de su cama mientras dormía. Según cuenta Cañas Letelier en el periódico “El Damas” a Valdovinos «lo desnudaron, lo ataron a la extremidad de un lazo, lo arrojaron a las poderosas corrientes del Rahue, lo suspendieron, volvieron a sumergirlo hasta dejarlo medio ahogado. Así lo colocaron en el centro del patio y lo cosieron a bayonetazos al son de una infernal gritería y descomunal algazara de esta tropa hambrienta de sangre».
Lo tropa continuó su venganza sangrienta. Al teniente Tomás Domingo Anguita le dispararon en su propia cama. Al capitán Miguel Cortés y al subteniente Miguel Alfaro, que vivían en una misma casa, los condujeron desnudos al cuartel y allí los mataron a bayonetazos. Al teniente argentino José Miguel Carvallo -quien había sido héroe del combate de El Toro- lo sorprendieron en los momentos que ensillaba un caballo a orillas del río, le clavaron sus bayonetas y aún vivo lo arrojaron a las aguas del Rahue. Finalmente al teniente Juan de Dios Vial lo sorprendieron escondido en el techo del cuartel y lo derribaron de un disparo.
El oficial más odiado, el mayor Vicenti, logró escapar de la tropa porque su ordenanza le salvó la vida y tuvo que esconderse en las quebradas cordilleranas.
El gobernador de Valdivia Cayetano Letelier reunió a parte de la tropa, seguro de sofocar la revuelta, pero el sargento Andrés Silva, lo ultimó de un tiro y con eso todo el batallón se pasó al bando sublevado. Letelier fue desnudado por los soldados y al día siguiente el vecino Félix Flores encontró su cadáver frente a su casa, ubicada en el extremo oriente de la cuadra norte de la plaza de Osorno. Por años esa calle se llamó Letelier y actualmente es Eleuterio Ramírez.
La sed de sangre se pudo calmar gracias a la intervención del comisario militar Rafael Pérez de Arce y del teniente José de Meza, sin embargo los soldados saquearon las casas, buscando comida o dinero, mientras la población huyó despavorida. Algunos vecinos, entre ellos Santiago Montalva, se escondieron y se quedaron en Osorno.
El sargento Juan de la Cruz García asumió el mando del batallón y relató así los motivos de la sublevación en un bando que dio a conocer a la ciudad:
EL BANDO DE GARCÍA
«Don Juan García, comandante general de la división nacional de observaciones en Osorno, etc. Por cuanto a que las circunstancias exigen se satisfaga al público de un hecho que seguramente debe tener en expectación a toda la provincia y debiendo en cumplimiento de mis deberes manifestar al mundo los justos e irrevocables motivos que me han impelido a proceder directamente contra la persona del Gobernador don Cayetano Letelier y otros oficiales, cuyas conductas relajadas y separadas del regular orden han maquinado que les haya cabido la suerte de ser decapitados en la mañana de este día. Mi primera atención cuando emprendí mi carrera militar en los libres estandartes de la patria fue sacudir el yugo en que yacíamos ofreciéndome al sacrificio voluntariamente por ver mi país en el honroso rango de nación y demás que constituyen a un hombre libre protegido por las leyes. Don Cayetano Letelier en el momento que se recibió del mando olvidó estos deberes, su conducta política es la primera base que sostiene la fuerza no ha sido otra que la de la opresión. El soldado ha carecido hasta de lo más preciso para sostener la vida, los alimentos suministrados eran sucintos, cual es público, los sueldos no completos cuya escasez no la motiva la falta de numerario, sino los monopolios conocidos. La provincia es testigo, y las contribuciones y otros sacrificios hechos por el sostén de la tropa, no me queda duda que la conducta de Letelier más ha aspirado a la destrucción de las fuerzas que a asegurar los derechos de América, tratando de entorpecer la majestuosa marcha con que caminan nuestros negocios públicos. En los meses que anteceden se suministró a la tropa dos pesos, sucinta cantidad con que gratos sufrían la fatiga y penalidades de un caro país, falto de los recursos de primera orden, en el presente sólo hemos recibido un peso después de los gastos que origina una marcha. Los trabajos de fortificación en las avenidas de Chiloé se han construido sin librarse a los empleados en esta fatiga la más pequeña gratificación. El trato de los oficiales en los continuos ejercicios es bien público, de su orgullo e insolencia no se exceptuaban ni aún los sargentos hasta el extremo de recibir palos y otros improperios tan notorios, la falta de una leve lista se castigaba con un exorbitante número de palos: por último, a pesar de haber salido la guarnición a campaña, el cirujano quedó en Valdivia cotejando la comodidad de aquel, y no el de los infelices enfermos. Mis miras y la de la valiente tropa de mi mando no aspiran destrucción ni a turbar el orden, el sosiego la tranquilidad del vecindario, protegerlos y asegurar sus intereses derramando hasta la última gota de sangre en defensa de la patria, es el norte que nos dirige: en cuya virtud toda autoridad política y militar se sostendrán en sus destinos ejerciendo las funciones que el gobierno de que dependemos les haya confiado. Si las tropelías inevitables en la tropa hubiere causado algún saqueo u operación diversa a mis ideas reclamará el dueño de las prendas a quien se entregará, dado el debido parte. Publíquese por bando en los sitios acostumbrados de esta ciudad, transcríbase al superior gobernador accidental de Valdivia, como también a las demás autoridades del distrito. Es dado en el cuartel general de Osorno, a 15 de noviembre de 1821».
Mañana culmina este reportaje con lo ocurrido con la tropa sublevada y el epílogo del romance de García y doña Nieves, uno de los elementos motivadores de la madrugada más sangrienta de la historia de Osorno.
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