Obituario
Por Frederic Smith Bravo, columnista , 2 de diciembre de 2023 | 16:53

En memoria de mi amigo Sijifredo Riquelme: Por Frederic Smith

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Sijifredo Riquelme y Las Veguitas.
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Cuando un amigo se va se detienen los caminos. Y queda un tizón encendido que no  se puede apagar (Alberto Cortez)

Cuando un amigo se va se detienen los  caminos. Y queda un tizón encendido que no  se puede apagar (Alberto Cortez)
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Este 14 de noviembre falleció mi amigo de la niñez, Sijifredo Riquelme Rivera. Muchos años transcurrieron desde que nos separara el terremoto de 1960. Un largo paréntesis que se extendió hasta que la vida me trajo de regreso a Futrono, cuando ambos pasábamos ya de la cincuentena. Aunque ambos seguimos activos, hubo tiempo para ponernos al día en las andanzas de cada uno, pero sobre todo para dar curso a los distantes pero aun vívidos recuerdos de una infancia compartida en el fundo Las Veguitas, que se nos gatillaban cada vez que nos juntábamos. Mantenían toda la misteriosa belleza de lo simple. Tal vez mucho más para mí.

Es posible que la impresionante fragua de don Juaco, su padre, haya sido para el Siji algo perfectamente normal, una parte de la rutina cotidiana. Para mí, tenía toda la magia de las leyendas medievales. El herrero golpeaba y golpeaba una pieza de chatarra metálica incandescente, y aparecía de pronto un machete, para mí una espada reluciente. Mucho más fácil era para él adaptarles herraduras a los caballos, o fabricarles zunchos de hierro a las ruedas de las infaltables carretas chanchas. Clavos de todo tamaño y propósito. Arreglar herramientas que parecían condenadas a muerte por el óxido. Presumo que allí comenzó a  forjarse también el futuro de Siji como especialista en maquinaria agrícola. 

Mi amigo estaba encargado de manejar el rebaño de chivos, lo que podía ser muy divertido, pero a veces reunirlos era algo estresante. Por supuesto que no había perros para ese propósito. Más difícil era para un jinete tan bisoño como yo tratar de colaborar con un experto en el arte de rodear las vacas a fin de llevarlas a la lechería. Más de un vez me pasó a buscar muy temprano, golpeando suavemente en la ventana por la cual me descolgaba para acompañarlo. ¡Qué aventura más clandestina! En realidad, todo el campo era un espacio de correrías para nosotros. Cuando no eran los vacunos, era la cosecha de la cebada, en que el Siji y yo éramos a veces los encargados de coser y lanzar los sacos desde la máquina que manejaba mi padre. Sólo para darles un respiro a los titulares, que bajaban a descansar una rato a las carretas.

Lo más entretenido eran las conversaciones interminables que teníamos mientras caminábamos en busca de chupones y maqui, imaginando repentinas aventuras. Todos los temas que pueden interesar a un niño valdiviano y uno dollincano, desde sus respectivas sabidurías. ¿Ese maullido asmático era del león? ¿Qué películas de vaqueros o de charros dieron el mes pasado en el Cervantes? ¿Estará en pana la góndola de los Monsalve? ¿Tu papá te habla en inglés? ¿Es verdad que a tu mamá le gusta escuchar corridos?.

Sé muy bien que mi pérdida durante los años que podríamos haber sido vecinos acá en Futrono fue ganancia para quienes le conocieron como un gran trabajador, vecino servicial, buen apoyo para quienes le encontraron en el camino de la vida. Cada vez que lo mencioné como amigo mío, sólo hubo palabras de respeto y afecto. Un hombre hecho y derecho. Don Siji, como todos le llamaban. Padre cariñoso de una hermosa familia, en la cual hubo de sufrir la partida prematura de su hija Lorena y de su esposa Erica Carvallo Alarcón. Ciertamente conservarán su memoria su hija Cecilia, su yerno Santos Flores y sus nietos Luis, Roy y Fernanda. Descansa por ahora en paz, Sijifredo Riquelme. 

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