Aunque las matemáticas están dentro de las ciencias exactas, en Chile hemos descubierto nuestra propia teoría de la relatividad, que aparece invariablemente después de un proceso eleccionario.
En nuestros primeros encuentros con los números, la tía de kínder nos enseña que uno más uno son dos y que dos más dos son cuatro, y así sucesivamente.
Cuando era muy joven, un profesor me dijo que la multiplicación que más complicaba la existencia a los estudiantes de enseñanza media era siete por ocho. Muy cierto. Tuve que aprender de memoria que el resultado era 56, lo que, según tengo entendido, no ha variado hasta hoy.
En la política, no obstante, el manejo de las cifras deja a las matemáticas dentro de los relativo. Dos más dos pueden ser cinco y veintiuno dividido por tres puede ser ocho.
¿A qué se debe esto? A la magia de las elecciones, tras las cuales es muy difícil que haya vencedores y vencidos.
En el recuento todos ganan. Por un lado están los ganadores-ganadores, es decir, los que efectivamente sumaron más sufragios que sus adversarios, pero también están los perdedores-ganadores, aquellos que no fueron capaces de encantar a la ciudadanía.
Los primeros celebran y los segundos también celebran. Los primeros con razón y los segundos con un sucedáneo de razón.
Mientras unos deben comenzar a prepararse para asumir los cargos entregados por la voluntad popular por un plazo fijo y sin intereses, los rivales, tras sacarse la cola de entre las piernas deben iniciar de inmediato la preparación para la búsqueda de la revancha, cuando finalice el periodo ya descrito.
Un veterano colega, ya fallecido, me decía en mis inicios profesionales que no perdiera el tiempo yendo a los camarines a pedir impresiones de los futbolistas y entrenadores, porque se sabía de antemano lo que iban a decir. Los vencedores destacarían la solidez del equipo, el buen trabajo de la semana y la sabia mano del adiestrador. Los derrotados, sin sonrojarse, dirían que el 7-0 fue exagerado, que un 7-1 hubiese sido más justo y que hay que seguir trabajando.
Con cuatro elecciones, habrá mucha gente justificando el triunfo y la debacle.
Los primeros dirán que están felices por el respaldo ciudadano y que de inmediato pondrán manos a la obra para cumplir con los compromisos adquiridos, tanto con quienes les dieron el voto como con aquellos que no lo hicieron.
Los del otro bando replicarán expresando su felicidad por el respaldo ciudadano y que si bien no ganaron, les faltó tan poco que interpretan los resultados como una obligación de seguir en la brecha. Además, es de buen gusto ofrecer una oposición férrea, pero leal, a las nuevas autoridades.
Al final, es casi lo mismo haber logrado un 78 por ciento de los votos que haber sumado el 22 restante, sin contar nulos y blancos.
Es la magia de las elecciones, las únicas capaces de hacer de las matemáticas algo relativo, inexacto, dúctil, maleable y capaces de hacer felices a todos.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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