Enrique Santos Discépolo, un argentino bohemio, visionario, sociólogo autodidacta y, sobre todo, creador de inmortales tangos, lanzó Cambalache en 1934.
Es la pieza que describe al mundo como una porquería interminable, nacida, según el autor, en el año 506 (no especifica si AC o DC) y que se prolongaría hasta el año 2000, por lo menos. Ahí quedó corto Discepolín, como era conocido en el barrio y en ambiente creativo porteño.
Cambalache es amargo como el Solanum crispum, como conocen los científicos al poco apetecido natre, arbusto criollo cuyos tallos y hojas sirven para bajar la fiebre y los dolores de cabeza. Dicen, porque hoy son pocos los que se atreven a utilizarlo, a diferencia de los tiempos de mis abuelos, en que era muy popular.
En medio de la letra de la obra, hay referencias a la crueldad, a la pillería, a las malas artes, a la presencia de los desleales, de los rateros, de los frescos que viven a expensas de los demás y de los que se pretenden hacerse pasar por lo que no son capaces de ser. Cambalache inmortalizó aquello de que el que no llora no mama y el que no afana (roba) es un gil.
El tango fue presentado hace ya 87 años, pero no ha perdido vigencia. Por el contrario, parece que sirvió de manual a quienes describe el párrafo anterior y que en el Siglo XXI han perfeccionado el despliegue de maldad insolente que el creador había situado en la centuria precedente, la que le correspondió vivir.
¿A dónde vamos con el recuerdo de un tango que solo los adultos mayores y uno que otro joven tienen el disco duro?
Vamos al resumen de las noticias que vemos leemos u oímos cada día, y que llegan a dejar pequeña la amargura de Discépolo.
Hay detalles que modifican la forma del panorama desolador, pero en el fondo seguimos viendo violencia, brutalidad, mentiras, engaños, desinterés por los demás, falta de empatía, ausencia de solidaridad. En fin, todavía está junto a un calefón la Biblia que llora herida por un sable sin remaches.
Cambalache enfatiza mucho la ambición desmedida por obtener ventajas, del todo tipo, político, social, económico, hasta deportivo y hoy toma diversas formas, desde la estafa hasta el portonazo, pasando por la diversidad de actos de inconmensurable felonía derivados del narcotráfico.
Los Ríos, región pequeña, de gente tradicionalmente buena y honesta, no ha podido escapar de estos problemas, pero no hay que rendirse. Hay que seguir siendo derechos y no hay que pasarse al bando de los traidores.
¿Cómo?
Entendiendo que la pandemia está con más fuerza que nunca y que la región figura entre las tres con peores índices de contagio por covid 19, además de sumar 450 víctimas mortales desde la aparición del mal.
Son varias las causas de esta situación y no se debe culpar solamente a los que andan sin mascarilla por la calle o que se empeñan en sacarle la vuelta a las recomendaciones sanitarias. Hay vecinos que a duras penas logran parar la olla y se ven forzados a pasar por encima de todo lo que piden las autoridades. A ellos hay que asistirlos de manera sólida y convincente.
De todos depende que no nos encontremos demasiado pronto en el horno.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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