Opinión
Por Mario Guarda , 28 de mayo de 2023 | 13:06

El Molino González: pasado que duerme junto a nosotros

  Atención: esta noticia fue publicada hace más de 11 meses
El Molino González. Créditos: Rebeca Altamirano Asenjo.
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En el Día de los Patrimonios, un viaje por la historia de Futrono revisando la importancia, en el pasado y en el presente, de este viejo edificio industrial. Columna de opinión de Mario Guarda.

Todos somos conscientes de su presencia, todos hemos transitado a su lado y lo hemos admirado, algunos recuerdan la época cuando sus máquinas a diario transformaban el grano en harina, pero son muy pocos los que conocen el origen de esa enorme construcción de madera. 

Con sus cuatro pisos, el Molino González hoy luce derruido y abandonado en su ubicación de calle Juan Luís Sanfuentes, justo antes de bajar la larga pendiente hacia el puerto Futrono. Parece un anciano dormido, ajeno al ajetreo diario del pueblo. 

Hace mucho sus máquinas dejaron de funcionar al cerrarse definitivamente las puertas del molino, tras décadas de proveer de la valiosa harina al poblado de Futrono y alrededores. De ser un orgulloso edificio industrial pasó a ser un barco encallado, un hito de silencio y nostalgia. 

Justo hacia la mitad del siglo XX, el país se encontraba en un proceso que impulsó la transformación económica, fomentando la industrialización nacional, y esos vientos de cambio influyeron en el origen del Molino González. 

Un olvidado antecesor 

El molino tiene un antecesor, una construcción de menor tamaño que estuvo emplazada en calle Balmaceda, en un punto donde hoy se encuentra el espacio del estacionamiento en la esquina con Padre Leodegario. 

Ese antiguo molino, propiedad de Carlos González, funcionaba gracias al vapor, ya que era movido por un locomóvil instalado en el lugar y estuvo vigente desde, tal vez, la década de 1930 hasta dar lugar al, entonces moderno, molino que todos conocemos, en los primeros años de la década de 1950. 

Antiguo molino de calle Balmaceda, al fondo la casa de la familia Landskron. Imagen quizás de la década de 1940. Créditos al autor.

Al lado del molino de calle Balmaceda se ubicaba también la casa de una reconocida familia de antaño, los Landskron. De hecho, el nombre de Carlos Landskron aparece en el acta de fundación de la primera Compañía de Bomberos, el 21 de mayo de 1942. 

Con el tiempo los Landskron emigraron de Futrono y la propiedad de esa esquina pasaría con los años a manos de un muy recordado vecino, el “Turco” Rodríguez. Pero esa ya es otra historia. 

Volviendo a nuestro tema, ese primer molino dejó de funcionar a principios de la década de 1950 y después fue desmantelado. 

La época de gloria 

El flamante edificio construido hace más de 70 años tiene dimensiones únicas, tal como lo describe Juan Ignacio Oporto Fuentes en su tesis de Arquitectura del año 2016. 

“Sus dimensiones aproximadas son en planta 10 x 16 m, alturas de entrepiso de 3,10 m, y una altura total de 15 m”, se lee en el documento, agregando que en su construcción se usó madera nativa: roble, tepa y laurel. 

Recordado es el zumbido diario que emanaba desde el molino, desde los tres pisos superiores de la infraestructura donde estaban las máquinas, ya que en la primera planta estaban el área de almacén y despacho de productos, mientras que la administración estaba en la pequeña construcción aledaña, más cerca de la calle.   

Estructura del Molino González. Créditos: Juan Ignacio Oporto.

El nuevo Molino González dio un impulso a la necesidad local de transformar la materia prima, el grano, en el necesario producto que era la harina y otros derivados del cereal, ya que el pan ha sido históricamente un elemento básico en la dieta nacional. 

Eso dio una dinámica especial a la vida campesina, recordemos que Futrono era un poblado eminentemente rural, que necesariamente recurría al molino para obtener harina ya que no existía la red de comercio actual, en la que podemos encontrar esos productos con facilidad en el mercado. 

Eso posibilitaba que se generaran otros encadenamientos comerciales con las localidades rurales, muchas veces bastante aisladas de Futrono urbano.  

En esa línea, el autor José Bengoa, en su libro “La comunidad sublevada: Ensayos y crónicas” (2022), relata una experiencia visitando isla Huapi alrededor de 1965. “Veíamos subir a las chalupas dos o tres sacos que iban al molino de Futrono, ahí vendían un saco de harina y se volvían con la harina y el afrecho”, describe. 

También, en las afueras de este centro productivo, había lugar para los carretones tirados por caballos, que prestaban un servicio de transporte acorde a la época, llevando los sacos de trigo y harina desde y hacia los distintos puntos del poblado de Futrono. 

La decadencia 

La década de 1990 marca el inicio del declive en la actividad del Molino González. Una época de gran crecimiento económico, consolidación de las exportaciones, aumento de los salarios reales, transformaron la realidad del país y de Futrono. 

Nuevos productos entran al mercado a competir y transformar la economía local. Además, la vida rural se vio fuertemente impactada por un progresivo éxodo de las familias, especialmente los jóvenes, desde el campo al sector urbano. 

Ya el valioso servicio que prestó el molino por décadas gradualmente se fue diluyendo, el mercado ahora presentaba una variada oferta en cuanto a harina y derivados del trigo, así que las máquinas se apagaron y las puertas del Molino González se cerraron para siempre en el año 2003. 

Así también, desaparecieron los carretones que ofrecían el servicio de “flete”, y las relaciones económicas habituales del mundo campesino en torno al molino se transformaron o se acabaron. 

De recuerdos y patrimonio 

Carretón en las afueras del molino. Créditos: Cedida.

El molino fue (y aún lo es) un referente de la cultura eminentemente campesina de la zona de Futrono, y su rápido declive es también un indicador de cómo la cultura local fue adquiriendo nuevos elementos propios de la modernidad, cambiando a una sociedad más urbana y mejor conectada con la región y el país. 

Su inactiva presencia inevitablemente evoca recuerdos. En lo personal, de niño tengo un recuerdo algo gastado. En una oportunidad junto a compañeros de curso de la entonces Escuela E-157, me atreví a tirarme por ese “resbalín” de latón que era el conducto por donde salían los sacos de harina hacia el exterior. 

Años después me enteré de que era una suerte de juego o hazaña habitual que los niños visitaran ese “resbalín” ¿Cómo era posible, no había vigilancia? No lo sé, pero estoy seguro de que en un rincón de la memoria de muchos que ya pasamos las cuatro décadas, compartimos esa vivencia. 

Con ya más de 70 años de antigüedad, el viejo Molino González es en la práctica una infraestructura patrimonial ubicada, convenientemente, contiguo al también patrimonial Colegio José Manuel Balmaceda, y a unos 600 metros de la no tan antigua pero histórica fábrica Macora, estando un poco más abajo el Puerto Futrono.  

Suena a circuito patrimonial ¿verdad? El que tenga oídos, que escuche. 

Agradezco la gentil colaboración de Rebeca Altamirano Asenjo, Juan Ignacio Oporto, doña “Nina” González e Ítalo González Cerón, para la creación de esta columna. La historia y el patrimonio se construye entre todos.

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