Por Claudia Latorre Zepeda
Los floristas acomodan claveles, rosas, crisantemos, algunas margaritas. Los clientes se acercan con abrigos largos, tratan de evadir el frío y las posibles lluvias, compran ramos coloridos. Otros llegan con flores que, imagino, tal vez cortaron de los jardines de sus campos.
El cementerio es siempre lúgubre. La palabra deriva del griego antiguo y significa lugar para dormir. Y, como dice un artículo publicado en el portal de noticias BBC, “excepto para aquellas personas sensibles a las películas de terror, los cementerios -desde la isla veneciana de San Michele hasta la colección de tumbas de mafiosos italianos que da hacia Manhattan en el cementerio Calvary, de Queens- son realmente lugares de descanso rodeados de una sensación de ensueño y de escape al otro mundo frente las ruidosas ciudades a las que sirven”.
Esta mañana de domingo cruzo las puertas del cementerio General Municipal 1 de Valdivia, avanzo por el pasillo central. Dicen que fue Napoleón el que mandó a construir en París el primer cementerio, en 1804. Antes de eso los cuerpos se enterraban en los patios de las iglesias. Leí en una nota del diario El Español que “cuando el crecimiento de las ciudades industriales europeas se disparó, estos terrenos comenzaron a llenarse. Esto contaminó fuentes de agua y dio pie a epidemias de cólera”, me recordó a las pestes y las famosas Catacumbas de París, lugar donde transité e indagué por estrechos pasillos húmedos donde las paredes eran macabramente decoradas por calaveras, llenas de acontecimientos históricos que nunca deberíamos olvidar.
En Valdivia, jamás vi este cementerio con ojos nostálgicos.
Me recuerdo de niña, caminando no por este mismo lugar, sino por otro parecido, ubicado más al norte, en Atacama. Pero acá divagaba por los pasillos mientras los adultos hacían cruces sobre las fotos de sus muertos y tiraban flores marchitas para poner otras frescas, y que al mismo tiempo cargaban baldes con agua para lavar las tumbas; iba a los saltos entre las tumbas, a veces una vela encendida me llamaba la atención, un sonido de campanas que no podía identificar si era real, una corriente de brisa helada capaz de ponerme los pelos de punta. No me asustaba. Es más: fascinaba con algunas esculturas, con el diseño de esos mausoleos de la muerte, con nombres que me parecían venidos de otros tiempos, con aquellas historias grabadas sobre el granito que me invitaban a viajes impensados. ¿Será ese el comienzo de este gusto que tengo por la literatura de terror?, me pregunto mientras camino y mezclo este espacio con el trabajo pendiente que tengo en la organización de la quinta edición del Festival Internacional de cine, las artes y el miedo de Atacama.
Lo cierto es que, como decía aquella nota de la BBC, “obra del trabajo de habilidosos diseñadores, arquitectos, escultores y jardineros, los cementerios citadinos pueden resultar descorazonadoramente hermosos”.
Este es el cementerio más grande de Valdivia. Sacudo las ideas como quien se quita el barro de los zapatos y sigo avanzando. Sin rumbo, no vengo a visitar a nadie. Lo que me abruma en este momento tiene que ver con otra cosa: ¿cómo es posible que en esta ciudad, este lugar no sea considerado como un sitio privilegiado para la memoria colectiva? ¿Por qué no es parte del patrimonio cultural?
A mi alrededor veo maceteros con flores secas, otros colmados con flores plásticas ya quemadas por el sol y el frío en recintos que parecen haber quedado en el olvido. Las paredes y el piso del lugar, de piedra y cemento, hacen que todo se perciba gris. Leo mensajes adheridos a las lápidas: algunos dan las gracias a quien yace allí por lo que fue en vida, otros lamentan la pérdida, juran que lo recordarán por siempre, o lamentan la partida repentina, y están los que declaran su amor siempre incondicional más allá de todo.
No pierdo el tiempo y como cuando era niña, por las fotos que veo en las lápidas, me animo a hacer deducciones acerca de los motivos de la muerte: a veces sospecho que fallecieron por razones naturales porque lucen de edad avanzada, en otras creo que atravesaron una enfermedad o pienso que pudo ser alguna causa trágica imprevista.
Venir al cementerio cada domingo. Un ritual que es o era parte de nuestra cultura. Casi un deber, una obligación. Pero ¿cuánta atención se presta al recorrer este territorio de cemento regado con pétalos de infinitas tonalidades?
En muchas ciudades del mundo se ofrecen recorridos guiados para poder apreciar todo lo que esconden estos lugares. Para la Red Chilena de Gestión y Valorización de Cementerios Patrimoniales, éstos son “el testimonio visible de las diferentes formas de sentir y representar la muerte que tiene una sociedad a lo largo del tiempo; expresadas en esculturas, monumentos y una variada iconografía, junto con configurar un imaginario urbano sustentado en leyendas, mitos y rituales asociados a estos espacios”.
En Santiago, la capital de nuestro país, el 27 y 28 de mayo de 2023, en la celebración del día del Patrimonio Cultural, se invitaba a realizar visitas a distintos cementerios de la ciudad. La propuesta era conocer las manifestaciones arquitectónicas y culturales o volver a la obra de escritoras que estaban allí enterradas.
Con el crecimiento demográfico en todo el mundo ha pasado que hay cementerios que quedan atrapados dentro de las ciudades, porque lo urbano se expande bordeando estos campos santos y en muchos lugares a veces resulta imposible que no existan edificios con vista al cementerio. Cementerios incluso que se alzan en zonas muy turísticas. Y cuando llegan a su límite, no tienen forma de expandirse y obligan a crear otros nuevos.
Según un estudio realizado en 2020, respecto a la capacidad de los cementerios públicos en Chile a cargo del arquitecto Tomás Domínguez Balmaceda, de las cien ciudades sobre la que se concentra la investigación, en la mitad de ellas los cementerios estudiados están saturados o lo estarán en los próximos años.
En Valdivia el Cementerio General 1 ya está a tope y quedó rodeado de urbanizaciones. El Cementerio General 2, arriesga la investigación de Domínguez Balmaceda, tendrá espacio por cinco años más.
En 2021, el administrador municipal de los cementerios valdivianos, Ignacio Bartolotti, declaró que para resolver esta situación se había adquirido un lote de 10 mil metros cuadrados para ampliar el recinto.
También sucede el olvido de los cementerios antiguos, y las ciudades se expanden y se va construyendo sobre lo que podrían haber sido posibles territorios patrimoniales. Se han encontrado restos arqueológicos en sitios jamás pensados, incluso en la actualidad se descubren cerámicas u otros elementos donde se planifican carreteras, estacionamientos o centros comerciales. En 2017, durante las obras de la línea 6 del Metro de Santiago, un equipo de arqueólogos descubrió 60 tumbas y 96 vasijas, además de ajuares funerarios y collares: sospechan que allí estaba el cementerio aborigen más grande de Chile central.
En Valdivia, hace poco, hallazgos arqueológicos encontrados durante el trabajo de las obras en la plaza ubicada frente a la Ilustre Municipalidad, obligaron al secretario técnico de Monumentos Nacionales, Erwin Brevis, a paralizar todo.
Pero hablar de límites o de creación de campos santos nuevos es muy distinto a hablar de experiencias en las que se intentó trasladar cementerios de un lugar a otro. José Pérez Valenzuela, escritor e historiador local, rememora la historia del Cementerio Viejo, que estaba ubicado a un costado del Parque Harnecker.
“Éste desapareció en 1974, y al trasladarlo hacia el lugar donde está actualmente, hizo que hubieran cuerpos no reclamados, entonces instalaron una estructura con placas de esas sepulturas, y se conoce como el Patio de Antiguos Valdivianos. Aún existe, está a la entrada del Cementerio General 1”.
La lluvia descansa un rato en Valdivia, pero el frío se encarga de recordarme que estamos en el sur de Chile.
“El cementerio viejo funcionó hasta 1911 aproximadamente, cuando se prohibieron las sepultaciones ya que no tenía más capacidad, además la Junta de Beneficencia de Valdivia, entidad administradora de cementerios, dispuso la creación e instalación de un nuevo cementerio, que se inauguró en febrero de 1918. Por otro lado, el Cementerio Viejo perdió su calidad de Campo Santo en 1973 y los restos no reclamados fueron trasladados a ese patio del Cementerio General. En 1974 el Cementerio Viejo había desaparecido”, agrega el investigador. Sigo dando vueltas. Algunas personas se arrodillan frente a las tumbas, rezan, otras las limpian frenéticamente, están los que parecen tener una conversación que es casi un murmullo. Hay quienes solo miran hondo, cada tanto se secan una lágrima. También sé que hay visitantes que olvidan que están en este lugar y viajan por las imágenes del pasado cada vez que visitan a esos seres queridos.
De pronto siento como el frío cala los huesos y la lluvia agrieta recuerdos, ahora me encuentro con niños y niñas ignorando el descanso eterno. Juegan y disfrutan de ese paseo que se da la mano con lo cotidiano. ¿Habré sido alguna vez como ellos?
Me sitúo en medio del silencio y el lugar me invita a seguir recorriendo, a encontrarme con sepulturas populares, se trata de capillitas donde la fe ajena a la iglesia convoca a innumerables creyentes, y se fabrican historias con diversas versiones. Estas construcciones sencillas están cargadas de objetos: velas, prendas, notas de agradecimientos, anillos, flores, juguetes, rosarios, collares. Leo notas que dejan allí: “Gracias Serafín, tu devota – 1979”, “Gratitud por los favores concedidos”.
Pérez Valenzuela dice que “es parte de nuestra cultura que existan las devociones populares en los cementerios” y sin dudar nombra las dos animitas que considera más importantes en Valdivia: Bertita y Serafín. Dice que “Serafín Rodríguez fue un obrero agrícola que supuestamente cometió un crimen, fue acusado y fusilado en Valdivia en 1906. Se cree que el asesino habría sido su hermano, pero él quiso protegerlo y se declaró culpable. De la noche a la mañana se convirtió en un santo popular”. De Bertita se sabe que tenía 4 años en 1923, cuando un hombre la mató y la arrojó luego a una zanja.
Las devociones populares tangibilizan lo invisible de un cuerpo y dan sentido de pertenencia. Cuando el alma muere en circunstancias trágicas se construyen estas “capillitas” que sirven para conectar al “santo popular” con los deudos que se acercan a pedir milagros primero y dar las gracias después.
También descansan en las tumbas de este cementerio personajes que hicieron grandes aportes en la Región de Los Ríos. “Aquí yacen varios Intendentes, Alcaldes y Regidores que con su esfuerzo y desde sus cargos (que en su época eran honoríficos), aportaron al desarrollo y crecimiento de la ciudad. Por ejemplo, al Intendente Ramírez de Arellano le tocó gestionar los recursos para la reconstrucción de Valdivia, después del Gran Incendio de 1909, que casi destruye la totalidad de la ciudad. Por otro lado, los primeros alcaldes Bennett, Ramírez, Castelblanco, Pentz, llevaron a cabo la ejecución de los trabajos de reconstrucción junto a empresarios como José Betti, Félix Corte y otros. Sólo por mencionar algunos”, dice Pérez Valenzuela.
Ahora mientras me pierdo en el cementerio sin atender hacia dónde voy y por momentos creo que doy vueltas en círculos, me detengo ante la sepultura del reconocido periodista Fernando Antonio Santibáñez, Premio Nacional de Literatura de 1952. Su nombre y su apellido llaman la atención, en una cursiva enorme, abajo, más pequeña, una fecha: 1886-1973. El comienzo y el final de una vida. Su lápida dice: “Aquí yace un obrero de las letras”. Su tumba se encuentra en el Patio 1B, Sepultura 7. Obtuve su ubicación al conversar con el administrador de los Cementerios Municipales de Valdivia, Ignacio Bartolotri, quien además se compartió información sobre los deterioros que tienen estos lugares y lo difícil de su mantención, “Siempre estamos preocupados de la limpieza, el césped, y que sean lugares agradables de visitar, pero este trabajo es en conjunto con las familias y claramente son espacios patrimoniales de potencial turístico. Pero a veces hay otras prioridades lo que dificulta que podamos potenciar como quisiéramos estos espacios, sin embargo las voluntades están”.
Sé que en algún lugar, en uno de estos pasillos, también está la tumba de Ricardo Anwandter, pintor acuarelista valdiviano, sobre quien actualmente se hizo un documental que describe su vida llena de anécdotas y aportes a la ciudad de Valdivia. Aunque la busco, no la encuentro. En otros cementerios que he visitado, que reconocen el valor de estos sitios, entregan planos para llegar a visitar las tumbas de personalidades destacadas.
Los cementerios en Chile fueron fiscales hasta 1982, y luego su administración fue traspasada a las municipalidades. “Las agrupaciones culturales presentes en la ciudad, junto con la Municipalidad y la Intendencia deberían crear, establecer, promocionar y ejecutar una serie de rutas patrimoniales que se conviertan en uno de los ejes para la puesta en valor del patrimonio presente en el Cementerio General de Valdivia”, dice José Pérez Valenzuela.
Respiro el aire de esta mañana, contemplo cómo el color del cielo se funde en el de los mausoleos y quizá ese tono pálido contrasta con lo demás: toda la historia y la potencia de este lugar parece invisibilizarse en la ceremonia de venir a despedir a nuestros muertos.
El investigador valdiviano agrega: “las autoridades no ven los Campos Santos como un lugar patrimonial y/o educativo, cuesta convencerlos de invertir en mejoras sustanciales para habilitar espacios novedosos, son muy pocas las municipalidades que invierten en los cementerios como Patrimonio. En el caso de Valdivia hace unos años se inició un proceso de digitalización de documentos fundantes, lo que permitirá mantenerlos por muchos años más. Las últimas administraciones han podido gestionar recursos para mejorar la infraestructura del Cementerio General”.
Actualmente en Valdivia existe el Cementerio General 1 y 2 de administración pública y otros de gestión privada como el Cementerio Parque Los Laureles, Cementerio Alemán, todos en el radio urbano. En la zona rural está el Cementerio de Niebla, Curiñanco, Punucapa, Huellelhue y Chincuín.
Aunque quise comunicarme con el área encargada de patrimonio de la Ilustre Municipalidad de Valdivia, no tuve respuestas. Las noticias que aparecen en relación a tareas de mantenimiento del cementerio sólo se publican en el marco del 1 y 2 de noviembre, para el Día de los Muertos, cuando se hacen trabajos de limpieza para recibir a las miles de personas que pasan por allí esas jornadas.
Llevo horas aquí. Con el paso del tiempo más me cuesta encontrar respuestas para comprender por qué los cementerios son olvidados como patrimonios y/o lugares educativos.
De nuevo conecto con mi sensación de niña: no me atormenta el silencio de los muertos, no le tengo miedo a los fantasmas, no me siento agobiada ante la oscuridad de estar bajo tierra. Puedo separar la realidad de la ficción que ofrecen las artes cuando los cementerios son sus territorios. Levanto la capucha de mi chaqueta porque la lluvia se siente con más fuerza, me alejo pensando en volver otro día, en escribir sobre esto, en hacer memoria, en cuidar nuestros lugares históricos, en transmitir su valor.
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